PALABRAS DE CLAUSURA
EXCMO. Y RVDMO. SR. D. ALFONSO CARRASCO
OBISPO DE LUGO, PRESIDENTE DE LA COMISIÓN EPISCOPAL
PARA LA EDUCACIÓN Y CULTURA
Queridos amigos,
este Congreso que estamos celebrando juntos, “La Iglesia en la educación” se ha entendido desde el inicio como un acontecimiento. Se sitúa en el horizonte de una vida ya existente y real, que es nuestro verdadero punto de partida, y está pensado con la forma de un encuentro y con la participación como método, para que nos ayude a ser conscientes de nuestra identidad y a asumir en común nuestra misión educativa.
Quisiera en primer lugar dar voz al agradecimiento de cada uno por la presencia y el compromiso de los demás, y al de los Obispos por vuestra respuesta eclesial hoy y todos los días.
Permitidme, en particular, dar las gracias a quienes han hecho posible este Congreso con su trabajo: la Comisión, los equipos motores, panelistas, ponentes, delegados diocesanos, y voluntarios.
I.
Como Iglesia, afirmamos desde siempre el bien de la educación. Es parte de la buena noticia del Evangelio para el hombre. La afirmación de que Cristo es la respuesta verdadera al corazón inquieto de cada uno, hace de la fe cristiana un camino de educación en la inteligencia de la verdad y en la maduración de la libertad.
Nuestra primera afirmación es, por tanto, que estamos educando y queremos educar, que esta misión educativa caracteriza nuestra alma más íntima y tiene trascendencia universal, para el bien verdadero de la persona y el de nuestro mundo.
Por eso queremos que este Congreso sea ante todo un elogio de la educación.
II.
La propuesta educativa cristiana, nacida de la fe en Cristo, presupone la participación en la comunión eclesial, como experiencia vivida.
Hoy toda la diversidad de vocaciones educativas de la Iglesia ha podido encontrarse, en la riqueza de los distintos carismas y ministerios. Y damos gracias al Señor por ello.
No hemos buscado un gran evento con repercusión mediática, en el que los asistentes fueran espectadores; sino más bien abrir espacios de encuentro y de diálogo, subrayando la escucha, el enriquecimiento y el intercambio mutuo entre los protagonistas de la misión educativa eclesial. También por esto, el congreso se ha planteado de modo sostenible y sin patrocinios.
Necesitamos todos hacer nuestro camino como miembros de un mismo Pueblo de Dios. El sentir eclesial –real en la vida de la Iglesia particular y universal– es, de hecho, condición sine qua non de nuestro futuro.
III.
Las múltiples experiencias compartidas aquí nos confirman en la pasión y el compromiso que anima nuestra historia y nuestras instituciones educativas. Es una invitación a caminar juntos, sosteniéndonos mutuamente, en lo más esencial de la propia labor y ante los desafíos concretos que se presentan en la actual situación social y eclesial.
Hemos escuchado aquí
- las preocupaciones de los más de 2500 colegios de ideario católico, que escolarizan a más de 1.500.000 estudiantes;
- las inquietudes de los más de 36.000 profesores de Religión, que atienden a más de 3.150.000 alumnos.
Hemos acogido
- la realidad de los innumerables educadores cristianos, profesionales en multitud de escenarios educativos, muchas veces desconocidos;
- las preocupaciones de los 413 centros de Educación Especial, en los que están escolarizados 10.990 alumnos, una realidad demasiado invisibilizada en nuestra sociedad;
- la realidad de los centros de Formación Profesional, preocupados por la inclusión social y la promoción humana
y profesional; - la reflexión de las 17 Universidades, los 31 Centros universitarios y las 24 Facultades eclesiásticas de la Iglesia, donde cursan estudios superiores más de 140.000 estudiantes;
- la vida de los colegios mayores y residencias universitarias, que hacen posible a los estudiantes una formación que supere el individualismo y la hiper-especialización;
- la enorme diversidad de proyectos bajo el nombre de educación no formal, voluntariado, tiempo libre y otros
proyectos culturales; - la inquietud por la educación cristiana de las nuevas generaciones, que comparten las familias, los colegios y las
parroquias.
Estos desafíos son una gran interpelación para todos, y para nosotros los Obispos diocesanos. Confiamos que este Congreso sea un paso significativo en un itinerario que ha de continuar. Queremos seguir unidos por la senda buena, rica de acentos y experiencias plurales, en la que nos hemos adentrado como Iglesia en la educación.
IV.
En nuestra sociedad, cada vez más plural y diversa cultural y religiosamente, la existencia de la educación católica quiere contribuir a mantener vivos los principios e ideales propios del sistema educativo.
Aunar la apertura y el respeto real por la persona –con su identidad y su tradición propia– con el uso en libertad de la razón, es la naturaleza y el desafío propio de la educación. El testimonio que puedan dar las instituciones católicas a este respecto es corroborado por la existencia en nuestro sistema educativo de la materia de “Enseñanza Religiosa Escolar”, evidentemente vinculada a las exigencias de la identidad personal de los alumnos y, al mismo tiempo, respetuosa de los criterios pedagógicos propios de la escuela.
Los procesos educativos no pueden partir de la exclusión de la relevancia de la identidad personal para el currículo escolar. El respeto de la razón y la libertad de la persona debe guiar toda escuela.
Este es un desafío para todo centro de enseñanza, para los nuestros de ideario católico, pero también para aquellos que son de titularidad estatal. Éstos no proponen una propia cosmovisión o religión, en correspondencia con la neutralidad o laicidad del Estado; pero en ellos todo alumno ha de poder participar con pleno derecho, en el respeto a la propia identidad y tradición particular.
V.
La puesta en práctica de las grandes afirmaciones pedagógicas, de los grandes consensos educativos, que siguen existiendo, es siempre un arte no fácil, pide dedicación, estudio, formación continua. Y exige siempre diálogo, un debate abierto, el esfuerzo y la contribución de todos.
Sabemos que un deseable pacto educativo global será posible sólo reconociendo la centralidad de la persona, y por la vía de la escucha mutua, del respeto de todos los protagonistas y responsables de la educación, y de la colaboración leal en el marco de nuestra sociedad y de su legislación. También a ello desea contribuir este Congreso.
La presencia y el compromiso de la Iglesia en la educación tiene ya una tradición secular. Queremos seguir manteniéndola en el presente y para el futuro, por el bien de nuestros hijos e hijas, pero también de toda la sociedad, confrontada a desafíos antiguos y nuevos.
Y somos conscientes, en fin, de que sólo será posible por la existencia de una verdadera vocación y misión educativa, de
una pasión por el bien del prójimo –del más pequeño y del más necesitado–.
Esta pasión ha nacido en nuestra historia y nace siempre de nuevo del Evangelio, del impulso incansable y de la gracia del Espíritu del Señor. En Él confiamos, y a Él queremos ahora dar las gracias.
Alfonso Carrasco Rouco
Obispo de Lugo
Presidente de la Comisión para la Educación y Cultura